Notas de Elena | Sábado 31 de octubre del 2020 | Más lecciones del gran Maestro | Escuela Sabática
Sábado 31 de octubre
Jesús miró un momento la escena: la temblorosa víctima avergonzada, los dignatarios de rostro duro, sin rastros de compasión humana. Su espíritu de pureza inmaculada sentía repugnancia por este espectáculo. Bien sabía él con qué propósito se le había traído este caso. Leía el corazón, y conocía el carácter y la vida de cada uno de los que estaban en su presencia. Aquellos hombres que se daban por guardianes de la justicia habían inducido ellos mismos a su víctima al pecado, a fin de poder entrampar a Jesús. No dando señal de haber oído la pregunta, se agachó y, fijos los ojos en el suelo, empezó a escribir en el polvo.
Impacientes por su dilación y su aparente indiferencia, los acusadores se acercaron, para imponer el asunto a su atención. Pero cuando sus ojos, siguiendo los de Jesús, cayeron sobre el pavimento a sus pies, cambió la expresión de su rostro. Allí, trazados delante de ellos, estaban los secretos culpables de su propia vida. El pueblo, que miraba, vio el cambio repentino de expresión, y se adelantó para descubrir lo que ellos estaban mirando con tanto asombro y vergüenza…
Ahora, habiendo sido arrancado su manto de pretendida santidad, estaban, culpables y condenados, en la presencia de la pureza infinita. Temblaban de miedo de que la iniquidad oculta de sus vidas fuese revelada a la muchedumbre; y uno tras otro, con la cabeza y los ojos bajos, se fueron furtivamente, dejando a su víctima con el compasivo Salvador (El Deseado de todas las gentes, pp. 425, 426).
Tú crees que Jesús era el Hijo de Dios; pero ¿tienes una fe personal respecto a tu propia salvación? ¿Crees que Jesús es tu Salvador, que él murió en la cruz del Calvario para redimirte, que te ha ofrecido el don de la vida eterna si crees en él?…
¿Y qué es creer? Es aceptar plenamente que Jesucristo murió como nuestro sacrificio; que él se hizo maldición por nosotros, que tomó nuestros pecados sobre sí mismo, y nos imputó su propia justicia. Por eso reclamamos esta justicia de Cristo, creemos en ella, y es nuestra justicia. Él es nuestro Salvador. Nos salva porque dijo que lo haría (Fe y obras, p. 70).
Está de acuerdo con el plan divino que sigamos cada rayo de luz dado por Dios. El hombre no puede llevar a cabo nada sin Dios, y Dios ha trazado su plan de tal manera que no va a llevar a cabo nada en lo que se refiere a la restauración de la raza humana sin la cooperación de lo humano con lo divino. La parte que se requiere que el hombre realice es inconmensurablemente pequeña, no obstante, en el plan de Dios es justamente la parte necesaria para que la obra alcance el buen éxito.
El gran cambio que se observa en la vida del pecador después de la conversión no es producido por ninguna bondad humana…
El que es rico en misericordia nos ha impartido su gracia. Que la alabanza y la acción de gracias asciendan entonces hacia él, porque ha llegado a ser nuestro Salvador. Que su amor, al llenar nuestros corazones y mentes, fluya de nuestras vidas en ricas corrientes de gracia (La maravillosa gracia de Dios, p. 319).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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