Notas de Elena | Sábado 23 de octubre del 2021 | El extranjero dentro de tus puertas | Escuela Sabática
Sábado 23 de octubre
El Salvador era el que había instruido a los hebreos en el desierto; desde la columna de nube y de fuego había enseñado una lección muy diferente de la que el pueblo estaba recibiendo ahora de sus sacerdotes y maestros. Las provisiones misericordiosas de la ley se extendían aun a los animales inferiores, que no pueden expresar con palabras sus necesidades y sufrimientos. Por medio de Moisés se habían dado instrucciones a los hijos de Israel al respecto… Pero mediante el hombre herido por los ladrones, Jesús presentó el caso de un hermano que sufría. ¡Cuánto más debieran haberse conmovido de piedad hacia él que hacia una bestia de carga! Por medio de Moisés se les había advertido que el Señor su Dios, era “Dios grande, poderoso, y terrible”, “que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero”. Por lo cual él ordenó: “Amaréis pues al extranjero”. “Amalo como a ti mismo”. Deuteronomio 10:17-19; Levítico 19:34 (El Deseado de todas las gentes, p. 463).
Los mandamientos de Dios son abarcantes y de gran amplitud. En unas pocas palabras, despliegan todo el deber del hombre. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Marcos 12:30, 31. La longitud y la anchura, la profundidad y la altura de la ley de Dios están abarcadas en esas palabras, pues Pablo declara: “El cumplimiento de la ley es el amor”. Romanos 13:10. La única definición que encontramos en la Biblia para el pecado es que “pecado es infracción de la ley”. 1 Juan 3:4… “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Romanos 3:12. Muchos están engañados acerca de la condición de su corazón. No comprenden que el corazón natural es engañoso más que todas las cosas y desesperadamente impío. Se envuelven con su propia justicia y están satisfechos con alcanzar su propia norma humana de carácter. Sin embargo, cuán fatalmente fracasan cuando no alcanzan la norma divina y, por sí mismos, no pueden hacer frente a los requerimientos de Dios.
Podemos medirnos a nosotros por nosotros mismos, podemos compararnos entre nosotros mismos; quizá digamos que nos portamos tan bien como este o aquél, pero la pregunta por la que se demandará una respuesta en el juicio es: ¿Llenamos los requisitos de las demandas del alto cielo? ¿Alcanzamos la norma divina? ¿Están en armonía nuestros corazones con el Dios del cielo? (Mensajes selectos, t. 1, pp. 376, 377).
Vi que cualquier cosa que divida los afectos, o substraiga del corazón algo del amor supremo que le debe a Dios, o impida una fe ilimitada y una confianza total en él, asume el carácter de un ídolo y toma su forma. Se me mostró el primer gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Aquí no se permite la separación de nuestros afectos de Dios. Nada debe dividir nuestro amor supremo por él ni nuestro deleite en él. La voluntad, los deseos, planes, propósitos y placeres, todos deben mantenerse bajo sujeción (Exaltad a Jesús, p. 136).
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