Notas de Elena | Sábado 22 de agosto del 2020 | Desarrollar una actitud ganadora | Escuela Sabática

Sábado 22 de agosto
El ministerio de Cristo estaba en notable contraste con el de los ancianos judíos. La consideración por la tradición y el formalismo que manifestaban estos había destruido toda verdadera libertad de pensamiento o acción. Vivían en continuo temor de la contaminación. Para evitar el contacto con lo «inmundo», se mantenían apartados no solo de los gentiles, sino de la mayoría de su propio pueblo, sin tratar de beneficiarlos ni de ganar su amistad. Espaciándose constantemente en esos asuntos, habían empequeñecido sus intelectos y estrechado la órbita de su vida. Su ejemplo estimulaba el egotismo y la intolerancia entre todas las clases del pueblo.
Jesús empezó la obra de reforma poniéndose en una relación de estrecha simpatía con la humanidad. Aunque manifestaba la mayor reverencia por la ley de Dios, reprendía la presuntuosa piedad de los fariseos, y trataba de libertar a la gente de las reglas sin sentido que la ligaban. Procuraba quebrantar las barreras que separaban las diferentes clases de la sociedad, a fin de unir a los hombres como hijos de una sola familia. Su asistencia a las bodas estaba destinada a ser un paso hacia la obtención de este fin (El Deseado de todas las gentes, p. 124).
Jesús vino a este mundo en humildad. Era de familia pobre. La Majestad de los cielos, el Rey de gloria, el Jefe de las huestes angélicas, se rebajó hasta aceptar la humanidad y escogió una vida de pobreza y humillación. No tuvo oportunidades que no tengan los pobres. El trabajo rudo, las penurias y privaciones eran parte de su suerte diaria. «Las zorras tienen cuevas —decía—, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recline la cabeza». Lucas 9:58.
Jesús no buscó la admiración ni los aplausos de los hombres. No mandó ejército alguno. No gobernó reino terrenal alguno. No corrió tras los favores de los ricos y de aquellos a quienes el mundo honra. No procuró figurar entre los caudillos de la nación. Vivió entre la gente humilde. No tuvo en cuenta las distinciones artificiosas de la sociedad. Desdeñó la aristocracia de nacimiento, fortuna, talento, instrucción y categoría social…
Comía con publicanos y pecadores, y andaba entre la plebe, no para rebajarse y hacerse rastrero con ella, sino para enseñarle sanos principios por medio de preceptos y ejemplo, y para elevarla por encima de su mundanalidad y vileza (El ministerio de curación, pp. 149, 150).
En esta época nuestra, las oportunidades para tratar con hombres y mujeres de todas clases y de muchas nacionalidades son aún mayores que en los días de Israel. Las avenidas de tránsito se han multiplicado mil veces.
Como Cristo, los mensajeros del Altísimo deben situarse hoy en esas grandes avenidas, donde pueden encontrarse con las multitudes que pasan de todas partes del mundo. Ocultándose en Dios, como lo hacía él, deben sembrar la semilla del evangelio, presentar a otros las verdades preciosas de la Santa Escritura, que echarán raíces profundas en las mentes y los corazones y brotarán para vida eterna (Profetas y reyes, pp. 53, 54).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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