Notas de Elena | Miércoles 4 de noviembre del 2020 | Una mujer le responde | Escuela Sabática

Miércoles 4 de noviembre: Una mujer le responde
Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Mateo 15:22…
Cristo conocía la situación de esta mujer. Él sabía que ella anhelaba verle, y se colocó en su camino. Ayudándola en su aflicción, él podía dar una representación viva de la lección que quería enseñar. Para esto había traído a sus discípulos. Deseaba que ellos viesen la ignorancia existente en las ciudades y aldeas cercanas a la tierra de Israel. El pueblo al cual había sido dada toda oportunidad de comprender la verdad no conocía las necesidades de aquellos que le rodeaban. No hacía ningún esfuerzo para ayudar a las almas que estaban en tinieblas. El muro de separación que el orgullo judío había erigido impedía hasta a los discípulos sentir simpatía por el mundo pagano. Pero las barreras debían ser derribadas.
Cristo no respondió inmediatamente a la petición de la mujer. Recibió a esta representante de una raza despreciada como la habrían recibido los judíos. Con ello quería que sus discípulos notasen la manera fría y despiadada con que los judíos tratarían un caso tal evidenciándola en su recepción de la mujer, y la manera compasiva con que quería que ellos tratasen una angustia tal, según la manifestó en la subsiguiente concesión de lo pedido por ella (El Deseado de todas las gentes, pp. 365, 366).
Jesús conoce la carga del corazón de toda madre. Aquel cuya madre luchó con la pobreza y las privaciones simpatiza con toda madre apenada. El que hiciera un largo viaje para aliviar el corazón angustiado de una cananea, hará otro tanto por las madres de hoy. El que devolvió a la viuda de Naín su único hijo, y en su agonía de la cruz se acordó de su propia madre, se conmueve hoy por el pesar de las madres. Él las consolará y auxiliará en toda aflicción y necesidad.
Acudan, pues, a Jesús las madres con sus perplejidades. Encontrarán bastante gracia para ayudarlas en el cuidado de sus hijos. Abiertas están las puertas para toda madre que quiera depositar su carga a los pies del Salvador. Aquel que dijo: «Dejad los niños venir, y no se lo estorbéis» (Marcos 10:14), sigue invitando a las madres a que les traigan a sus pequeñuelos para que los bendiga (El ministerio de curación, p. 27).
Los padres y las madres deben considerar a sus hijos como miembros más jóvenes de la familia del Señor, a ellos confiados para que los eduquen para el cielo. Las lecciones que nosotros mismos aprendemos de Cristo, debemos darlas a nuestros hijos a medida que sus mentes jóvenes puedan recibirlas, revelándoles poco a poco la belleza de los principios del cielo. Así llega a ser el hogar cristiano una escuela donde los padres sirven como monitores, mientras que Cristo es el maestro principal (El Deseado de todas las gentes, p. 474).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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