Notas de Elena | Miércoles 31 de julio del 2019 | Ezequiel | Escuela Sabática

Miércoles 31 de julio: Ezequiel
La abundancia general [En Sodoma] dio origen al lujo y al orgullo. La ociosidad y las riquezas endurecen el corazón que nunca ha estado oprimido por la necesidad ni sobrecargado por el pesar. El amor a los placeres fue fomentado por la riqueza y la ociosidad, y la gente se entregó a la complacencia sensual. «He aquí —dice Ezequiel—, que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, hartura de pan, y abundancia de ociosidad tuvo ella y sus hijas; y no corroboró la mano del afligido y del menesteroso. Y ensoberbeciéronse, e hicieron abominación delante de mí, y quítelas como vi bueno» (16:49, 50) …
La vida inútil y ociosa de sus habitantes los hizo víctimas de las tentaciones de Satanás, desfiguraron la imagen de Dios, y se hicieron más satánicos que divinos.
La ociosidad es la mayor maldición que puede caer sobre el hombre; porque la siguen el vicio y el crimen. Debilita la mente, pervierte el entendimiento y el alma. Satanás está al acecho, pronto para destruir a los imprudentes cuya ociosidad le da ocasión de acercarse a ellos bajo cualquier disfraz atractivo. Nunca tiene más éxito que cuando se aproxima a los hombres en sus horas ociosas (Patriarcas y profetas, pp. 152, 153).
El Espíritu Santo había declarado por Ezequiel: «Y despertaré sobre ellas un pastor, y él las apacentará». «Yo buscaré la perdida, y tornaré la amontada, y ligaré la perniquebrada, y corroboraré la enferma», «Y estableceré con ellos pacto de paz». «Y no serán más presa de las gentes. … sino que habitarán seguramente, y no habrá quien espante» [Ezequiel 34:23, 16, 25, 28].
Cristo aplicó estas profecías a sí mismo, y mostró el contraste que había entre su carácter y el de los dirigentes de Israel…
Los fariseos no percibieron que estas palabras iban dirigidas contra ellos…
Las fieles palabras de la Inspiración describen a esos falsos pastores: «No corroborasteis las flacas, ni curasteis la enferma: no ligasteis la perniquebrada, ni tornasteis la amontada, ni buscasteis la perdida; sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia» [Ezequiel 34:4] (El Deseado de todas las gentes, p. 442, 443).
En la vida, todo acto, por insignificante que sea, tiene su influencia para el bien o para el mal. La fidelidad o el descuido en lo que parecen ser deberes menos importantes puede abrir la puerta a las más ricas bendiciones o a las mayores calamidades. Son las cosas pequeñas las que prueban el carácter. Dios mira con una sonrisa complaciente los actos humildes de abnegación cotidiana, si se realizan con un corazón alegre y voluntario. No hemos de vivir para nosotros mismos, sino para los demás. Solo olvidándonos de nosotros mismos y abrigando un espíritu amable y ayudador, podemos hacer de nuestra vida una bendición. Las pequeñas atenciones, los actos sencillos de cortesía, contribuyen mucho a la felicidad de la vida, y el descuido de estas cosas influye no poco en la miseria humana (Patriarcas y profetas, p. 154).
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Notas de Elena G. de White
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