Notas de Elena | Miércoles 24 de abril 2019 | La muerte y la soledad | Escuela Sabática

Miércoles 24 de abril: La muerte y la soledad
He pasado por momentos en que pensé que las olas cubrirían mi cabeza; en ese tiempo sentí que mi Salvador era precioso para mí. Cuando mi hijo mayor me fue arrebatado* sentí que mi pena era muy grande, pero Jesús vino a mi lado y sentí su paz en mi alma. La copa de consolación tocó mis labios.
Y luego aquel que había estado a mi lado durante 36 años… fue arrebatado. Habíamos trabajado juntos hombro a hombro en el ministerio, pero hubimos de entrelazar las manos del guerrero y ponerlo a descansar en la tumba silenciosa. Otra vez mi pena pareció muy grande, pero después de todo llegó la copa de la consolación. Jesús es precioso para mí. Caminó a mi lado… y caminará a vuestro lado. Nuestros amados son muy preciosos para nosotros cuando descienden a la tumba. Puede ser nuestro padre o nuestra madre el que depositamos allí; cuando salgan de la tumba sus arrugas habrán desaparecido, pero sus facciones permanecerán, y los reconoceremos (Maranata: El Señor viene, p. 290).
Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por nosotros, nos ha edificado una ciudad. La nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por el manto de bodas. Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Los creyentes cuya vida quedó escondida con Cristo, los que en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios.
No transcurrirá mucho tiempo antes que veamos a Aquel en quien ciframos nuestras esperanzas de vida eterna. Y en su presencia todas las pruebas y los sufrimientos de esta vida serán como nada… Alzad los ojos, sí, alzad los ojos, y permitid que vuestra fe aumente de continuo. Dejad que esta fe os guíe a lo largo de la senda estrecha que, pasando por las puertas de la ciudad de Dios, nos lleva al gran más allá, al amplio e ilimitado futuro de gloria destinado a los redimidos (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 228).
¿Qué haríamos sin un Salvador en el momento de prueba para el alma? Nos rodean los ángeles ministradores para darnos a beber del agua de vida a fin de refrescar nuestras almas en los momentos finales de la vida. Aquel que es la resurrección y la vida ha prometido que levantará del sepulcro y llevará con él a los que duerman en Jesús. La trompeta resonará y los muertos despertarán a la vida, para no volver a morir. La mañana eterna ha llegado hasta ellos, porque en la ciudad de Dios no habrá más noche (Mensajes selectos, t. 2, p. 286).
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Notas de Elena G. de White
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