Notas de Elena | Martes 8 de septiembre del 2020 | Contar la historia de Jesús | Escuela Sabática

Martes 8 de septiembre: Contar la historia de Jesús
Cuando los hombres [endemoniados], crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres no pudieron acercarse más. Estaban de pie, furiosos, pero impotentes delante de él.
Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran de esos hombres. Los desafortunados se dieron cuenta de que estaban cerca de alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para pedirle misericordia; pero cuando sus labios se abrieron, los demonios hablaron por su medio clamando: «¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?» Mateo 8:29.
Los espíritus malos se vieron obligados a soltar sus víctimas, y ¡qué cambio admirable se produjo en los endemoniados! Había amanecido en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces en alabanza a Dios (El ministerio de curación, pp. 64, 65).
¿Qué es el cristianismo? Es el instrumento divino para la conversión de los pecadores. Jesús pedirá cuentas de cada persona que no se somete a su dirección, que no demuestra en su vida la influencia de la cruz del Calvario. Cristo debería ser exaltado por todos los que redimió al padecer en la cruz una muerte de vergüenza. Los que han experimentado el poder de la gracia de Cristo tienen una historia que contar. El Señor trata de implementar métodos de trabajo que producirán la difusión del evangelio de Cristo. El ser humano, al recibir su eficacia de la gran fuente de sabiduría, llega a ser el instrumento, el agente de servicio mediante el cual el evangelio ejerce su poder transformador sobre la mente y el corazón (Exaltad a Jesús, p. 224).
En la obra de limpiar y purificar nuestras propias vidas, nuestro profundo deseo de asegurar nuestra elección y vocación nos inspirará con un sentimiento de ternura hacia los necesitados. La misma energía y cuidadosa atención que una vez manifestamos por los asuntos mundanales la pondremos al servicio de Aquel a quien debemos todo. Haremos como Cristo hizo, aprovechando toda oportunidad para trabajar por los que sin nuestra ayuda se perderán en su ignorancia. Extenderemos a otros una mano ayudadora. Entonces, con cánticos, alabanzas y acción de gracias nos regocijaremos con Dios y los ángeles del cielo cuando veamos a personas enfermas por el pecado que son levantadas y ayudadas; al ver a los engañados y desorientados sentarse a los pies de Jesús para aprender de él. Al hacer esta obra, recibiendo de Dios y devolviéndole aquello que, confiando en nosotros, nos prestó para usarlo para gloria de su nombre, entonces su bendición descansará sobre nosotros. Que el pobre, el desanimado y los enfermos por el pecado sepan que en guardar los mandamientos de Dios «hay gran remuneración». Con nuestra propia experiencia mostremos a otros que la bendición y el servicio van juntos (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 306).
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