Notas de Elena | Martes 21 de julio del 2020 | Las oraciones intercesoras de Pablo | Escuela Sabática

Martes 21 de julio: Las oraciones intercesoras de Pablo
[La intercesión es] la cadena áurea que une al hombre finito con el trono del Dios infinito. El ser humano, a quien Cristo ha salvado por su muerte, importuna ante el trono de Dios, y su petición es tomada por Jesús que lo ha comprado con su propia sangre. Nuestro gran Sumo Sacerdote coloca su justiciar de parte del sincero suplicante, y la oración de Cristo se une con la del ser humano que ruega.
Cristo insta a su pueblo que ore sin cesar. Esto no significa que debiéramos estar siempre de rodillas, sino que la oración ha de ser como el aliento del alma. Nuestros pedidos silenciosos, doquiera estemos, han de ascender a Dios, y Jesús nuestro Abogado suplica por nosotros, sosteniendo con el incienso de su justicia nuestros pedidos ante el Padre (A fin de conocerle, pp. 78, 79).
El corazón que ha probado una vez el amor de Cristo clama continuamente por una corriente más profunda; y a medida que impartáis, recibiréis una medida más rica y abundante. Cada revelación de Dios al alma aumenta la capacidad de conocer y de amar. El continuo anhelo del corazón es: más de ti; y la respuesta del Espíritu es siempre: mucho más…
La vida de Cristo fue una vida cargada del mensaje divino del amor de Dios, y él anhelaba intensamente impartir este amor a otros en forma abundante. La compasión irradiaba de su rostro, y su conducta se caracterizaba por la gracia y la humildad, el amor y la verdad. Cada miembro de su iglesia militante debe manifestar las mismas cualidades si quiere unirse a la iglesia triunfante. El amor de Cristo es tan amplio, tan pleno de gloria, que en comparación con él todo lo que el hombre estima tan grande se desvanece en la insignificancia. Cuando obtenemos una visión de él, exclamamos: ¡Oh, la profundidad de la riqueza del amor que Dios ha derramado sobre los hombres en el don de su Hijo unigénito! (Nuestra elevada vocación, p. 368).
La gracia de Dios sostenía a Pablo en su encarcelamiento, habilitándolo para regocijarse en la tribulación. Con fe y convicción escribió a sus hermanos filipenses que su prisión había resultado en el adelantamiento del evangelio…
En esa experiencia de Pablo hay una lección para nosotros; nos revela la manera en que Dios obra. El Señor puede sacar victoria de lo que nos parece desconcierto y derrota. Estamos en peligro de olvidar a Dios, de mirar las cosas que se ven, en vez de contemplar con los ojos de la fe las cosas que no se ven. Cuando viene la desgracia o el infortunio, estamos listos para culpar a Dios de negligencia o crueldad. Si ve conveniente interrumpir nuestro servicio en alguna actividad, nos lamentamos, sin detenernos a reflexionar que así Dios puede estar obrando para nuestro bien. Necesitamos aprender que la corrección es parte de su gran plan y que, bajo la vara de la aflicción, el cristiano puede hacer, a veces, más por su Maestro que cuando está ocupado en el servicio activo (Los hechos de los apóstoles, p. 383).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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