Notas de Elena | Lunes 26 de octubre del 2020 | Revelar al padre (continuación) | Escuela Sabática
Lunes 26 de octubre: Revelar al padre (continuación)
En la enseñanza de Cristo mediante parábolas, se nota el mismo principio que el que lo impulsó en su misión al mundo. A fin de que llegáramos a conocer su divino carácter y su vida, Cristo tomó nuestra naturaleza y vivió entre nosotros. La Divinidad se reveló en la humanidad; la gloria invisible en la visible forma humana. Los hombres podían aprender de lo desconocido mediante lo conocido; las cosas celestiales eran reveladas por medio de las terrenales; Dios se manifestó en la semejanza de los hombres. Tal ocurría en las enseñanzas de Cristo: lo desconocido era ilustrado por lo conocido; las verdades divinas, por las cosas terrenas con las cuales la gente se hallaba más familiarizada (Palabras de vida del gran Maestro, p. 8).
Si hubiera venido Cristo en su forma divina, la humanidad no podría haber soportado el espectáculo. El contraste hubiera sido demasiado penoso, la gloria demasiado abrumadora. La humanidad no podría haber soportado la presencia de uno de los puros y brillantes ángeles de gloria; por lo tanto, Cristo no tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles. Vino a la semejanza de los hombres.
Contemplándolo, contemplamos al Dios invisible. … Contemplamos a Dios mediante Cristo, nuestro Creador y Redentor. Tenemos el privilegio de contemplar a Jesús por la fe y verlo de pie entre la humanidad y el trono eterno. Él es nuestro Abogado que presenta nuestras oraciones y ofrendas como un sacrificio espiritual a Dios. Jesús es la gran propiciación sin pecado y, mediante sus méritos, Dios y el hombre pueden platicar juntos (A fin de conocerle, p. 27).
Demasiado a menudo herimos el corazón de Jesús con nuestra incredulidad. Nuestra fe es miope, y permitimos que las pruebas hagan aflorar nuestras tendencias heredadas y cultivadas hacia el mal. Ante circunstancias difíciles deshonramos a Dios por la murmuración y la queja. En vez de esto, debiéramos demostrar que hemos aprendido en la escuela de Cristo, ayudando a otros que están en peor condición que la nuestra, a los que buscan la luz, pero que son incapaces de encontrarla. Estos necesitan de nuestra simpatía, y sin embargo, en vez de intentar elevarlos somos indiferentes hacia ellos, concentrándonos en nuestros propios intereses o pruebas. Si no manifestamos una marcada incredulidad, desarrollamos un espíritu de murmuración y de queja.
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» Mateo 14:31. Cristo ha demostrado ser nuestro Salvador que siempre está presente. Conoce todas nuestras circunstancias, y en la hora de la prueba, ¿no podemos orar a Dios pidiéndole que nos dé el Espíritu Santo para recordar sus múltiples manifestaciones de poder en nuestro favor? ¿No podemos creer que él está tan dispuesto a ayudamos como en ocasiones anteriores? La forma en la cual Cristo trató con sus siervos en el pasado no debe borrarse de nuestras mentes, sino que el recuerdo de su intervención debe fortalecernos y sostenernos (Reflejemos a Jesús, p. 346).
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