Notas de Elena | Lunes 2 de septiembre del 2019 | Compasión y arrepentimiento | Escuela Sabática

Lunes 2 de septiembre: Compasión y arrepentimiento
Cuando Cristo vio las multitudes que se habían reunido alrededor de él. «tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor». Cristo vio la enfermedad, la tristeza, la necesidad y degradación de las multitudes que se agolpaban a su paso. Le fueron presentadas las necesidades y desgracias de la humanidad de todo el mundo. En los encumbrados y los humildes, los más honrados y los más degradados, veía almas que anhelaban las mismas bendiciones que él había venido a traer; almas que necesitaban solamente un conocimiento de su gracia para llegar a ser súbditos de su reino (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 257).
Justamente antes de su crucifixión, contempló la ciudad de Jerusalén y lloró sobre ella diciendo: «Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, ¡lo que es para tu paz!». Lucas 19:42. Entonces hizo una pausa. Habían llegado a la cima del monte de las Olivas, y los discípulos, al contemplar Jerusalén, iban a estallar en exclamaciones de alabanza; pero vieron que su Maestro, en lugar de estar alegre, estaba angustiado y a punto de llorar.
Cristo se estaba acercando al final de su misión y él sabía que cuando llegara ese momento el tiempo de prueba de Jerusalén habría terminado. Pero le costaba pronunciar las palabras de condenación. Por tres años había buscado fruto sin encontrar nada. Durante ese lapso su alma tuvo un solo propósito: Presentar las solemnes amonestaciones y las misericordiosas invitaciones del cielo a su pueblo desagradecido y desobediente. Anhelaba ardientemente que el pueblo recibiera sus pala-bras (Cada día con Dios, p. 107).
Lázaro había sido muy querido, y sus hermanas le lloraban con corazones quebrantados, mientras que los que habían sido sus amigos mezclaban sus lágrimas con las de las hermanas enlutadas. A la vista de esta angustia humana, y por el hecho de que los amigos afligidos pudiesen llorar a sus muertos mientras el Salvador del mundo estaba al lado, «lloró Jesús». Aunque era Hijo de Dios, había tomado sobre sí la naturaleza humana y le conmovía el pesar humano. Su corazón compasivo y tierno se conmueve siempre de simpatía hacia los dolientes. Llora con los que lloran y se regocija con los que se regocijan…
No lloró Cristo solo por la escena que tenía delante de sí. Descansaba sobre él el peso de la tristeza de los siglos. Vio los terribles efectos de la transgresión de la ley de Dios. Vio que en la historia del mundo, empezando con la muerte de Abel, había existido sin cesar el conflicto entre lo bueno y lo malo. Mirando a través de los años venideros, vio los sufrimientos y el pesar, las lágrimas y la muerte que habían de ser la suerte de los hombres. Su corazón fue traspasado por el dolor de la familia humana de todos los siglos y de todos los países. Los ayes de la raza pecaminosa pesaban sobre su alma, y la fuente de sus lágrimas estalló mientras anhelaba aliviar toda su angustia (El Deseado de todas las gentes, pp. 490, 491).
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Notas de Elena G. de White
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