Notas de Elena | Lunes 18 de noviembre del 2019 | Los pactos en la historia | Escuela Sabática

Lunes 18 de noviembre: Los pactos en la historia
Hace algún tiempo fuimos favorecidos con la contemplación del arco iris más hermoso que hayamos visto. A menudo habíamos visitado galerías de arte, y habíamos admirado la habilidad desplegada por el artista en cuadros que representaban el gran arco de la promesa de Dios. Pero aquí contemplamos variados matices: carmesí, púrpura, azul, verde, plateado y dorado, todos perfectamente unidos por el gran Maestro Artista…
Dios mismo contempla el arco en las nubes, y recuerda su pacto eterno entre él y el hombre… El arco iris representa el amor de Cristo que rodea la tierra, y llega hasta las profundidades de los cielos relacionando a los hombres con Dios, y uniendo la tierra con el cielo.
Cuando contemplamos esta hermosa escena, podemos regocijarnos en Dios, al tener la seguridad de que él mismo contempla esa señal de su pacto, y de que cuando él la ve recuerda a los hijos de la tierra a quienes les fue dada. Sus aflicciones, peligros y pruebas no pasan inadvertidos para él. Podemos regocijarnos en esperanza, porque el arco del pacto de Dios está entre nosotros. Él nunca olvidará a sus hijos del cuidado divino. Cuán difícil es para la mente del hombre finito apoderarse del amor peculiar y la ternura de Dios, y su incomparable condescendencia cuando dijo: «Y estará el arco en las nubes, y verlo he para acordarme del pacto perpetuo entre Dios y toda alma viviente» (Nuestra elevada vocación, p. 316).
El pacto con Abraham también mantuvo la autoridad de la ley de Dios. El Señor se le apareció y le dijo: «Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto». Génesis 17:1. El testimonio de Dios respecto a su siervo fiel fue: «Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes». Génesis 26:5.
Aunque este pacto fue hecho con Adán, y más tarde se le renovó a Abraham, no pudo ratificarse sino hasta la muerte de Cristo. Existió en virtud de la promesa de Dios desde que se indicó por primera vez la posibilidad de redención. Fue aceptado por fe: no obstante, cuando Cristo lo ratificó fue llamado el pacto nuevo. La ley de Dios fue la base de este pacto, que era sencillamente un arreglo para restituir al hombre a la armonía con la voluntad divina, colocándolo en situación de poder obedecer la ley de Dios (La maravillosa gracia de Dios, p. 133).
Cristo mismo fue el originador del sistema judío de culto, en el cual se anticipaban las cosas espirituales y celestiales por medio de símbolos y sombras. Muchos olvidaron el verdadero significado de esas ofrendas y se perdió para ellos la gran verdad de que solo mediante Cristo hay perdón de pecados. La multiplicación de las ofrendas ceremoniales la sangre de becerros y machos cabríos no podía quitar el pecado…
La expiación de Cristo selló para siempre el pacto eterno de la gracia. Fue el cumplimiento de todas las condiciones por las cuales Dios había suspendido la libre comunicación de la gracia con la familia humana. Entonces fue derribada toda barrera que interceptaba la más generosa acción de la gracia, la misericordia, la paz y el amor para el más culpable de la raza de Adán (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 944, 945).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
Lecciones de Escuela Sabática para Adultos
Lección 8: Para el 23 de noviembre de 2019
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Cuarto Trimestre 2019 – Octubre – Diciembre 2019
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