Notas de Elena | Domingo 27 de junio del 2021 | Cansados y agotados | Escuela Sabática

Domingo 27 de junio: Cansados y agotados
Al bendecir el séptimo día en el Edén, Dios estableció un recordativo de su obra creadora. El sábado fue confiado y entregado a Adán, padre y representante de toda la familia humana. Su observancia había de ser un acto de agradecido reconocimiento de parte de todos los que habitasen la tierra, de que Dios era su Creador y su legítimo soberano, de que ellos eran la obra de sus manos y los súbditos de su autoridad. De esa manera la institución del sábado era enteramente conmemorativa, y fue dada para toda la humanidad. No había nada en ella que fuese obscuro o que limitase su observancia a un solo pueblo.
Dios vio que el sábado era esencial para el hombre, aun en el paraíso. Necesitaba dejar a un lado sus propios intereses y actividades durante un día de cada siete para poder contemplar más de lleno las obras de Dios y meditar en su poder y bondad. Necesitaba el sábado para que le recordase más vivamente la existencia de Dios, y para que despertase su gratitud hacia él, pues todo lo que disfrutaba y poseía procedía de la mano benéfica del Creador (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 28, 29).
A cada instante somos sostenidos por el cuidado de Dios y por su poder. Él pone alimento en nuestras mesas. Nos proporciona un sueño pacífico y reparador. Cada semana nos da el día sábado para que reposemos de nuestras labores temporales y lo adoremos en su propia casa. Nos ha dado su Palabra para que está sea como una lámpara para nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino. En sus páginas sagradas encontramos sabios consejos; y tantas veces como elevamos nuestros corazones hacia él en penitencia y con fe, él nos concede las bendiciones de su gracia. Pero por encima de todo, se destaca el don infinito que Dios hizo al dar a su Hijo amado, por medio de quien fluyen todas las demás bendiciones para esta vida y para la vida venidera (Consejos sobre la mayordomía cristiana, p. 20).
El exceso de trabajo causa a veces la pérdida del dominio propio. Pero el Señor nunca obliga a realizar movimientos precipitados, complicados. Muchos acumulan sobre sí cargas que el misericordioso Padre celestial no colocó sobre ellos. Uno a otro se suceden precipitadamente los deberes que Dios nunca tuvo el propósito de que los llevaran a cabo. Dios desea que comprendamos que no glorificamos su nombre cuando tomamos tantas cargas que nos hallamos oprimidos y, por haber cansado el corazón y el cerebro, nos irritamos, nos impacientamos y regañamos. No hemos de llevar más que aquellas responsabilidades que el Señor nos da, confiando en él y manteniendo así nuestro corazón puro y lleno de ternura y compasión {Mensajes para los jóvenes, pp. 93, 94).
Cada día trae sus responsabilidades y deberes, pero la obra de mañana no debe abarcarse en las horas de hoy. Dios es misericordioso, lleno de compasión, razonable en lo que pide. No exige de nosotros que sigamos un curso de acción que resulte en pérdida de la salud física o debilitamiento de las facultades mentales. El no quiere que trabajemos bajo presión y tensión hasta que a ello siga el agotamiento, con postración de los nervios (Obreros evangélicos, p. 260).
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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