Notas de Elena | Domingo 26 de mayo 2019 | Perder la salud | Escuela Sabática

Domingo 26 de mayo: Perder la salud
Es muy fácil perder la salud, pero muy difícil recuperarla… No podemos permitirnos deformar o perjudicar una sola función de la mente o el cuerpo mediante excesivo trabajo o abusando de cualquier parte de la máquina viviente…
Gran parte de la fatiga y los trabajos con que se agotan y envejecen no son cargas que Dios les ha encomendado; en cambio son las que ellos mismos acarrearon sobre sí al hacer precisamente las cosas que la Palabra de Dios prohíbe (Mi vida hoy, p. 146).
Desde la caída de Adán la raza humana se ha ido degenerando… Dios no creó a la humanidad en su actual condición débil. Este estado de cosas no es la obra de la Providencia, sino la obra del hombre; lo han causado los hábitos erróneos y los abusos, por la violación de las leyes que Dios ha hecho para gobernar la existencia de los seres humanos. A través de la tentación a complacer el apetito, Adán y Eva cayeron primero de su elevado estado, santo y feliz. Y es a través de la misma tentación que la raza humana se ha debilitado (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. I55).
Los que han soportado los mayores sufrimientos son frecuentemente quienes proporcionan mayor consuelo a otros, difundiendo la luz del sol por dondequiera que van. Los tales han sido purificados y dulcificados por sus aflicciones; no perdieron su confianza en Dios cuando los asaltó la prueba, sino que se unieron más estrechamente a su amor protector. Los tales son pruebas vivientes del tierno cuidado de Dios, quien hace la oscuridad así como la luz y nos castiga para nuestro bien. Cristo es la luz del mundo; en él no hay tinieblas. ¡Preciosa luz! ¡Vivamos en esa luz!…
Es vuestro privilegio recibir gracia de Cristo, quien desea capacita-ros para confortar a otros con el mismo consuelo con que vosotros sois confortados en Dios… Que cada uno trate de ayudar al que está a su lado. Así tendréis un cielo en miniatura aquí en la tierra (La maravillosa gracia de Dios, p. 122).
Por medio del sufrimiento, Jesús se preparó para el ministerio de consolación. Fue afligido por toda angustia de la humanidad, y «en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados». [Hebreos 2:18; Isaías 63:9]. Quien haya participado de esta comunión de sus padecimientos tiene el privilegio de participar también de su ministerio. «Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación». El Señor tiene gracia especial para los que lloran… Su amor se abre paso en el alma herida y afligida, y se convierte en bálsamo curativo para cuantos lloran. El «Padre de misericordias y Dios de toda consolación…, nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios» [2 Corintios 1:3-5] (El discurso maestro de Jesucristo, p. 16).
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Notas de Elena G. de White
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