Escuela Sabática | Martes 18 de enero del 2022 | Carne y sangre como nosotros | Lección Adultos

Martes 18 de enero
CARNE Y SANGRE COMO NOSOTROS
Hebreos dice que Jesús adoptó nuestra naturaleza humana para poder representarnos y morir por nosotros (Heb. 2:9, 14-16; 10:5-10). Este es el fundamento del plan de salvación y nuestra única esperanza de vida eterna.
Lee Mateo 16:17; Gálatas 1:16; 1 Corintios 15:50; y Efesios 6:12. ¿Con qué deficiencias de la naturaleza humana relacionan estos pasajes la expresión “carne y sangre”?
La expresión “carne y sangre” enfatiza la fragilidad de la condición humana, su debilidad (Efe. 6:12), falta de entendimiento (Mat. 16:17; Gál. 1:16) y la subyugación a la muerte (1 Cor. 15:50). Hebreos dice que Jesús fue hecho como sus hermanos “en todo” (Heb. 2:17). Esta expresión significa que Jesús se hizo completamente humano. Jesús no simplemente “parecía” humano; era verdaderamente humano, realmente uno de nosotros.
No obstante, Hebreos también afirma que Jesús era diferente de nosotros con respecto al pecado. En primer lugar, Jesús no cometió ningún pecado (Heb. 4:15). En segundo lugar, Jesús tenía una naturaleza humana que era “sant[a], inocente, sin mancha, apartad[a] de los pecadores” (Heb. 7:26). Nosotros tenemos tendencias al mal. Nuestra esclavitud al pecado comienza en lo más profundo de nuestra propia naturaleza. Somos “carnal[es], vendido[s] al pecado” (Rom. 7:14; ver también Rom. 7:15-20). El orgullo y otras motivaciones pecaminosas contaminan hasta nuestras buenas acciones. No obstante, la naturaleza de Jesús no estaba ensombrecida por el pecado. Así tenía que ser. Si Jesús hubiera sido “carnal, vendido al pecado”, como nosotros, también habría necesitado un Salvador. En cambio, Jesús vino como Salvador y se ofreció a sí mismo como sacrificio “sin mancha” a Dios en nuestro favor (Heb. 7:26-28; 9:14).
Luego Jesús destruyó el poder del diablo al morir por nuestros pecados como la ofrenda inmaculada, y así logró nuestro perdón y reconciliación con Dios (Heb. 2:14-17). Jesús también destruyó el poder del pecado al darnos poder para vivir una vida justa a través del cumplimiento de la promesa del Nuevo Pacto de escribir la Ley en nuestro corazón (Heb. 8:10). Así, Jesús ha derrotado al enemigo y efectivamente nos ha liberado para que ahora podamos “servir al Dios viviente” (Heb. 9:14, DHH). Mientras, la destrucción final de Satanás ocurrirá en el Juicio Final (Apoc. 20:1-3, 10).
■ Dado que tenemos la promesa de la victoria a través de Jesús, ¿por qué muchos de nosotros todavía caemos en pecado? ¿Estamos haciendo algo mal? Y más aún, ¿cómo podemos empezar a vivir a la altura del elevado llamamiento que tenemos en Cristo?
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