Notas de Elena | Miércoles 6 de octubre del 2021 | Cades-Barnea | Escuela Sabática

Miércoles 6 de octubre: Cades-Barnea
Después de haber hablado de la fertilidad de la tierra, todos excepto dos [de los espías] dijeron palabras desalentadoras al respecto de su capacidad de conquistarla. Dijeron que las gentes que habitaban el país eran muy fuertes y las ciudades estaban rodeadas de murallas muy gruesas y altas. Aún más, habían visto a los hijos del gigante Anac. Luego explicaron cómo vivía la gente en Canaán y expresaron sus temores de que sería imposible que llegaran a conquistar esa tierra.
Cuando los israelitas hubieron escuchado este informe expresaron su decepción con amargos reproches y llantos. No se detuvieron a reflexionar y a pensar que el Dios que los había traído tan lejos también les daría esa tierra. Dejaron a Dios de lado. Actuaron como si para tomar la ciudad de Jericó, la llave de toda la tierra de Canaán, dependieran únicamente del poder de las armas. Dios había declarado que les daría el país y ellos deberían haber confiado plenamente que cumpliría su palabra. Pero sus corazones rebeldes no estaban en armonía con los planes de Dios; no reflejaban cuán maravillosamente había intervenido en su favor, sacándolos de la esclavitud de Egipto, abriendo paso a través de las aguas del mar y destruyendo el ejército de Faraón cuando los perseguía. Su falta de fe limitaba la obra de Dios y desconfiaban de la mano que los había guiado sanos y salvos hasta ese momento. En esa ocasión repitieron el mismo y antiguo error: murmuraron contra Moisés y Aarón. “Este es, por tanto, el fin de nuestras grandes esperanzas”, dijeron: “Esta es la tierra por cuya posesión hemos viajado desde Egipto”. Culparon a sus dirigentes por haber traído la tribulación a Israel y, una vez más, les imputaron el cargo de haber engañado al pueblo y haberlo llevado a perdición {Testimonios para la iglesia, t. 4, pp. 149, 150).
Dios no tuvo el propósito de que su pueblo, Israel, vagara cuarenta años por el desierto. Prometió guiarlos directamente a la tierra de Canaán, y establecerlos allí como un pueblo santo, lleno de salud y feliz. Pero aquellos a quienes primero se les predicó, no entraron “a causa de incredulidad”. Hebreos 3:19. Sus corazones estuvieron llenos de murmuración, rebelión y odio, y Dios no pudo cumplir su pacto con ellos.
Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años (Mensajes selectos, t. 1, p. 78).
El plan que Dios se propone llevar a cabo hoy mediante su pueblo, es el mismo que deseaba llevar a cabo mediante Israel cuando lo sacó de Egipto. Contemplando la bondad, la misericordia, la justicia y el amor de Dios revelados en la iglesia, el mundo ha de obtener una representación de su carácter… Es necesario que no tan solo a este mundo, sino que al universo entero le sean revelados los principios del reino divino (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 21).
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