Notas de Elena | Miércoles 3 de junio del 2020 | El Jesús histórico | Escuela Sabática

Miércoles 3 de junio: El Jesús histórico
La nación judía había sido conservada como testigo de que Cristo había de nacer de la simiente de Abraham y del linaje de David; y sin embargo, no sabía que su venida se acercaba. En el templo, el sacrificio matutino y el vespertino señalaban diariamente al Cordero de Dios; sin embargo, ni aun allí se habían hecho los preparativos para recibirle. Los sacerdotes y maestros de la nación no sabían que estaba por acontecer el mayor suceso de los siglos…
Como antaño Ciro fue llamado al trono del imperio universal para que libertase a los cautivos de Jehová, así también Augusto César hubo de cumplir el propósito de Dios de traer a la madre de Jesús a Belén. Ella era del linaje de David; y el Hijo de David debía nacer en la ciudad de David… Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de su linaje real. Cansados y sin hogar, siguieron en toda su longitud la estrecha calle, desde la puerta de la ciudad hasta el extremo oriental, buscando en vano un lugar donde pasar la noche. No había sitio para ellos en la atestada posada. Por fin, hallaron refugio en un tosco edificio que daba albergue a las bestias, y allí nació el Redentor del mundo —El Deseado de todas las gentes, pp. 29, 30.
Caifás… pertenecía a los saduceos, algunos de los cuales eran ahora los más encarnizados enemigos de Jesús. Él mismo, aunque carecía de fuerza de carácter, era tan severo, despiadado e inescrupuloso como Annás. No dejaría sin probar medio alguno de destruir a Jesús.
Caifás había considerado a Jesús como su rival. La avidez con que el pueblo oía al Salvador y la aparente disposición de muchos a aceptar sus enseñanzas, habían despertado los acerbos celos del sumo sacerdote. Pero al mirar Caifás al preso, le embargó la admiración por su porte noble y digno. Sintió la convicción de que este hombre era de filiación, divina. Al instante siguiente desterró despectivamente este pensamiento. Inmediatamente dejó oír su voz en tonos burlones y altaneros, exigiendo que Jesús realizase uno de sus grandes milagros delante de ellos. Pero sus palabras cayeron en los oídos del Salvador como si no las hubiese percibido —El Deseado de todas las gentes, p. 651.
Caifás había negado la doctrina de la resurrección, del juicio y de una vida futura. Ahora se sintió enloquecido por una furia satánica… Rasgando su manto, a fin de que la gente pudiese ver su supuesto horror, pidió que sin más preliminares se condenase al preso por blasfemia…
La convicción, mezclada con la pasión, había inducido a Caifás a obrar como había obrado. Estaba furioso consigo mismo por creer las palabras de Cristo, y en vez de rasgar su corazón bajo un profundo sentimiento de la verdad y confesar que Jesús era el Mesías, rasgó sus ropas sacerdotales en resuelta resistencia. Este acto tenía profundo significado. Poco lo comprendía Caifás. En este acto, realizado para influir en los jueces y obtener la condena de Cristo, el sumo sacerdote se había condenado a sí mismo. Por la ley de Dios, quedaba descalificado para el sacerdocio. Había pronunciado sobre sí mismo la sentencia de muerte —El Deseado de todas las gentes, p. 655.
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NOTAS DE ELENA G. DE WHITE
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