Notas de Elena | Miércoles 20 de noviembre del 2019 | Promesas | Escuela Sabática

Miércoles 20 de noviembre: Promesas
Antes que terminase el día de ayuno, el pueblo recalcó aún más su resolución de volver al Señor, al comprometerse a dejar de profanar el sábado. Nehemías no ejerció entonces, como lo hizo en fecha ulterior, su autoridad para impedir a los traficantes paganos que entrasen en Jerusalén; sino que en un esfuerzo para evitar que el pueblo cediese a la tentación, lo comprometió en un pacto solemne a no transgredir la ley del sábado comprando de dichos vendedores, con la esperanza de que esto desanimaría a los tales y acabaría con el tráfico.
Se proveyó también para el sostenimiento del culto público de Dios. En adición al diezmo, la congregación se comprometió a dar anualmente una suma fija para el servicio del Santuario. Escribe Nehemías: «Echamos también las suertes, … que cada año traeríamos las primicias de nuestra tierra, y las primicias de todo fruto de todo árbol, a la casa de Jehová: asimismo los primogénitos de nuestros hijos y de nuestras bestias, como está escrito en la ley; y que traeríamos los primogénitos de nuestras vacas y de nuestras ovejas» (Profetas y reyes, p. 492).
Así como el sábado fue la señal que distinguía a Israel cuando salió de Egipto para entrar en la Canaán terrenal, así también es la señal que ahora distingue al pueblo de Dios cuando sale del mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de la relación que existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste honra la ley de su Creador. Hace distinción entre los súbditos leales y los transgresores…
A nosotros, como a Israel, nos es dado el sábado «por pacto perpetuo». Para los que reverencian el santo día, el sábado es una señal de que Dios los reconoce como su pueblo escogido. Es una garantía de que cumplirá su pacto en su favor. Cada alma que acepta la señal del gobierno de Dios se coloca bajo el pacto divino y eterno. Se vincula con la cadena áurea de la obediencia, de la cual cada eslabón es una promesa (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 351, 352).
Israel se había tornado a Dios con profunda tristeza por su apostasía. Había hecho su confesión con lamentos. Había reconocido la justicia con que Dios le había tratado, y en un pacto se había comprometido a obedecer su ley. Ahora debía manifestar fe en sus promesas. Dios había aceptado su arrepentimiento; ahora les tocaba a ellos regocijarse en la seguridad de que sus pecados estaban perdonados y de que habían recuperado el favor divino.
Los esfuerzos de Nehemías por restablecer el culto del verdadero Dios habían sido coronados de éxito. Mientras el pueblo fuese fiel al juramento que había prestado, mientras obedeciese a la palabra de Dios, el Señor cumpliría su promesa derramando sobre él copiosas bendiciones (Profetas y reyes, p. 492).
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