Notas de Elena | Miércoles 17 de abril 2019 | Preparación para la vejez | Escuela Sabática

Miércoles 17 de abril: Preparación para la vejez
La infinita misericordia y el amor de Jesús, el sacrificio hecho en nuestro favor, demandan de nosotros la más seria y solemne reflexión. Debemos espaciarnos en el carácter de nuestro querido Redentor e intercesor. Debemos meditar en la misión de Aquel que vino a salvar a su pueblo de sus pecados. Cuando contemplemos así los asuntos celestiales, nuestra fe y amor serán más fuertes y nuestras oraciones más aceptables a Dios, porque se elevarán acompañadas de más fe y amor. Serán inteligentes y fervorosas. Habrá una confianza constante en Jesús y una experiencia viva y diaria en su poder de salvar completamente a todos los que van a Dios por medio de él.
Mientras meditemos en la perfección del Salvador desearemos ser enteramente transformados y renovados conforme a la imagen de su pureza. Nuestra alma tendrá hambre y sed de llegar a ser como Aquel a quien adoramos. Cuanto más concentremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y mejor le representaremos ante el mundo (El camino a Cristo, p. 89).
Si queremos desarrollar un carácter que Dios pueda aceptar, debemos formar hábitos correctos en nuestra vida religiosa. La oración diaria es algo esencial para el crecimiento en la gracia, aun para la vida espiritual misma, como lo es el alimento temporal para el bienestar físico. Debernos acostumbrarnos a elevar los pensamientos a menudo a Dios en oración. Si la mente vagabundea, debemos volverla de nuevo; por un esfuerzo perseverante, el hábito por fin se impone como algo fácil. No podemos, por un solo momento, separarnos de Cristo con seguridad. Podemos tener su presencia para asistirnos en cada uno de nuestros pasos, pero únicamente al observar las condiciones que él mismo ha establecido.
La religión debe convertirse en la gran ocupación de la vida. Cualquier otra cosa debe ser considerada como subordinada. Toda; nuestras facultades, nuestra alma, cuerpo y espíritu, deben empeñarse’ en la guerra cristiana. Debemos mirar a Cristo para obtener fortaleza y gracia, y ganaremos la victoria tan seguramente como lo hizo Jesús por nosotros (La edificación del carácter, p. 92).
Jesús [dice]: Así como me confesasteis delante de los hombres, os confesaré delante de Dios y de los santos ángeles. Habéis de ser mis testigos en la tierra, conductos por los cuales pueda fluir mi gracia para sanar al mundo. Así también seré vuestro representante en el cielo. El Padre no considera vuestro carácter deficiente, sino que os ve revestidos de mi perfección. Soy el medio por el cual os llegarán las bendiciones del Cielo. Todo aquel que me confiesa participando de mi sacrificio por los perdidos, será confesado como participante en la gloria y en el gozo de los redimidos.
El que quiera confesar a Cristo debe tener a Cristo en sí. No puede comunicar lo que no recibió. Los discípulos podían hablar fácilmente de las doctrinas, podían repetir las palabras de Cristo mismo; pero a menos que poseyeran una mansedumbre y un amor como los de Cristo, no le estaban confesando…
La misión de los siervos de Cristo es un alto honor y un cometido sagrado (El Deseado de todas las gentes, pp. 323, 324).
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Notas de Elena G. de White
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