Notas de Elena | Lunes 14 de octubre del 2019 | Sincronización profética | Escuela Sabática

Lunes 14 de octubre: Sincronización profética
El Cielo se inclina para oír la ferviente súplica del profeta. Aun antes que haya terminado su ruego por perdón y restauración, se le aparece de nuevo el poderoso Gabriel y le llama la atención a la visión que había visto antes de la caída de Babilonia y la muerte de Belsasar. Y luego le esboza en detalle el período de las setenta semanas, que había de empezar cuando fuese dada “la palabra para restaurar y edificar a Jerusalén». Vers. 25.
La oración de Daniel fue elevada «en el año primero de Darío» (Vers. 1), el monarca medo cuyo general, Ciro, había arrebatado a Babilonia el cetro del gobierno universal. El reinado de Darío fue honrado por Dios. A él fue enviado el ángel Gabriel, «para animarlo y fortalecerlo». Daniel 11:1. Cuando murió, más o menos unos dos años después de la caída de Babilonia, Ciro le sucedió en el trono, y el comienzo de su reinado señaló el fin de los setenta años iniciados cuando la primera compañía de hebreos fue llevada de Judea a Babilonia por Nabucodonosor (Profetas y reyes, p. 408).
Los rabinos sabían que Jesús no había recibido instrucción en sus escuelas; y sin embargo, su comprensión de las profecías excedía en mucho a la suya. En este reflexivo niño galileo discernían grandes promesas. Desearon asegurárselo como alumno, a fin de que llegase a ser un maestro de Israel. Querían encargarse de su educación, convencidos de que una mente tan original debía ser educada bajo su dirección.
Las palabras de Jesús habían conmovido sus corazones como nunca lo habían sido por palabras de labios humanos. Dios estaba tratando de dar luz a aquellos dirigentes de Israel, y empleaba el único medio por el cual podían ser alcanzados. Su orgullo se habría negado a admitir que podían recibir instrucción de alguno… La modestia y gracia juvenil de Jesús desarmaba sus prejuicios. Inconscientemente se abrían sus mentes a la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo hablaba a sus corazones.
No podían sino ver que su expectativa concerniente al Mesías no estaba sostenida por la profecía; pero no querían renunciar a las teorías que habían halagado su ambición. No querían admitir que no habían interpretado correctamente las Escrituras que pretendían enseñar… La luz estaba resplandeciendo en las tinieblas; «mas las tinieblas no la comprendieron» [Juan 1:5] (El Deseado de todas las gentes, p. 59).
[Los discípulos] comenzaron a comprender la naturaleza y extensión de su obra, a ver que habían de proclamar al mundo las verdades que se les habían encomendado. Los sucesos de la vida de Cristo, su muerte y resurrección, las profecías que señalaban estos sucesos, los misterios del plan de la salvación, el poder de Jesús para perdonar los pecados, de todas estas cosas habían sido testigos, y debían hacerlas conocer al mundo. Debían proclamar el Evangelio de paz y salvación mediante el arrepentimiento y el poder del Salvador (Los hechos de los apóstoles, p. 22).
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