Notas de Elena | Domingo 15 de agosto del 2021 | Descanso curativo | Escuela Sabática

Domingo 15 de agosto: Descanso curativo
Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo como siervo para suplir incansablemente la necesidad del hombre. “Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17), para atender a todo menester humano. Vino para quitar la carga de enfermedad, miseria y pecado. Era su misión ofrecer a los hombres completa restauración; vino para darles salud, paz y perfección de carácter.
Variadas eran las circunstancias y necesidades de los que suplicaban su ayuda, y ninguno de los que a él acudían quedaba sin socorro. De él fluía un caudal de poder curativo que sanaba de cuerpo, espíritu y alma a los hombres.
La obra del Salvador no se limitaba a tiempo ni lugar determinado. Su compasión no conocía límites… En toda ciudad, villa y aldea por do pasaba, ponía las manos sobre los pacientes y los sanaba. Doquiera hubiese corazones dispuestos a recibir su mensaje, los consolaba con la seguridad de que su Padre celestial los amaba (El ministerio de curación, p. 11).
Muchos de los que acudían a Cristo en busca de ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí, y sin embargo él no rehusaba sanarlos. Y cuando estas almas recibían la virtud de Cristo, reconocían su pecado, y muchos se curaban de su enfermedad espiritual al par que de sus males físicos.
Entre tales personas se hallaba el paralítico de Capemaum. Como el leproso, este paralítico había perdido toda esperanza de restablecimiento. Su dolencia era resultado de una vida pecaminosa, y el remordimiento amargaba su padecer. En vano había acudido a los fariseos y a los médicos en busca de alivio; le habían declarado incurable, y condenándole por pecador, habían afirmado que moriría bajo la ira de Dios…
Obtener alivio de su carga de pecado era su gran deseo. Anhelaba ver a Jesús, y recibir de él la seguridad del perdón y la paz con el cielo. Después estaría contento de vivir o morir, según la voluntad de Dios (El ministerio de curación, p. 49).
¿Por qué están los hombres tan poco dispuestos a confiar en Aquel que creó al hombre, y que puede por un toque, una palabra, una mirada, sanar toda enfermedad? ¿Quién es más digno de nuestra confianza que Aquel que hizo tan grande sacrificio para nuestra redención? Nuestro Señor nos ha dado instrucciones definidas por medio del apóstol Santiago, en cuanto a nuestro deber en caso de enfermedad. Cuando fracasa la ayuda humana, Dios será quien socorra a su pueblo. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará”. Santiago 5:14, 15. Si los que profesan seguir a Cristo quisieran, con pureza de corazón, ejercitar… fe en la promesa de Dios… sentirían en su alma y cuerpo el poder vivificador del Espíritu Santo (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 183).
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